Prepararse para una buena muerte

Morir en la gracia de Dios

La gran Doctora de la Iglesia, quien a la edad de 33 años murió (misma edad que Nuestro Señor) y que recibió los estigmas invisibles de la Pasión, consejera y directora espiritual de sacerdotes, obispos e incluso el Papa, Santa Catalina de Siena, dijo: “Los dos momentos más importantes en la vida son: ahora y la hora de la muerte.” ¿Palabras conocidas? ¡Claro, es la segunda parte del Avemaría!

Con vistas a esta realidad, aferrémonos al amor de Jesús con ímputu incontenible para alcanzar la gracia de una buena muerte, morir en la gracia de Dios, ya que esto determinará por toda la eternidad nuestro destino – el cielo o el infierno – ¡no hay otra posibilidad! Solicitemos el auxilio de nuestra Madre del cielo, elevando nuestro corazón, nuestra mente y nuestra mirada; María es la clave para alcanzar la eternal unión con su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

En el presente ensayo abordaremos algunas sugerencias para alcanzar la gracia de gracias – la gracia de una buena muerte. Morir en la gracia de Dios es la cumbre de todas las gracias, es alcanzar la meta, es el abrazo eterno del Padre. !Que nuestra Señora interceda por nosotros para que alcancemos este sublime objetivo!

El tiempo apremia

Imitemos a los santos; ellos vivieron cada día como si fuese el último día de su vida. En verdad, nadie puede decir, con una certeza total, absoluta o moral, que tendrá vida el día de mañana, o incluso, una hora o un minuto más. La vida es incierta y precaria; cada día escuchamos del prematuro fallecimiento de una u otra persona, o incluso, de un gran número de personas; como en el 2004 cuando terremoto generó el gran tsunami del Océano. Los santos fueron personas que se esforzaron por vivir cada día como si fuese el último; ¡imitémoslos!La confesion

Dos enemigos

De buenas a primeras, debemos identificar los obstáculos que impiden que alcancemos nuestro fin – morir una buena muerte. El primer y gran enemigo que amenaza nuestra salvación es el pecado mortal. Este priva al alma de la gracia santificante y de la amistad con Dios. Pero hay algo que es mil veces peor, y es, morir en pecado mortal sin estar arrepentido. Si tenemos la desgracia de cometer un pecado mortal, démonos prisa, vayamos a un cura que en el confesionario nos encontrarse con Dios misericordioso quien nos purificará con su amor infinito. Nunca deje que el sol se ponga cuando el alma está muerta espiritualmente por el pecado. Consideremos por un momento cuál fuese nuestra reacción si tomamos veneno para ratas; el veneno para ratas puede provocar la muerte si es ingerido. Por lo tanto, no vacilaríamos en llamar a la ambulancia. Deberíamos con mayor presteza ocuparnos de la vida inmortal de nuestra alma. En efecto, ¡la vida del alma es superior al cuerpo!

La oración

El Catecismo de la Iglesia Católica cita a San Alfonso María Ligorio, doctor de la Iglesia, sobre la importancia de la oración en la salvación de nuestra alma. San Alfonso dice: “El que reza se salva, el que no reza se condena, el que reza poco, pone en peligro su salvación”. Dicho de otra forma, nuestra eterna salvación está directamente relacionada con nuestra vida de oración. ¡La oración es el oxígeno del alma!

Vivir en presencia de Dios

Los santos tienen otra cosa en común: ¡Viven unidos a Dios, viven en la presencia de Dios y viven por Dios! Santa Teresa de Ávila, otra doctora de la Iglesia, afirmó que pecamos porque nos olvidamos de la presencia de Dios. Un niño es menos travieso cuando sabe que lo está cuidando su madre. Nuestra vida espiritual es igual, cuando estamos profundamente concientes de la mirada amorosa de nuestro Padre celestial.

Pensar siempre en el Cielo

La oración más conocida en el mundo, el Padre Nuestro, nació del Sagrado Corazón de Jesús, y en ella rezamos “Padre Nuestro, que estás en el cielo..” No deberíamos dejar pasar un solo día sin que pensemos en el cielo, en la gloria y en el gozo eterno! “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía.” ¡Anhelemos la alegría del cielo, donde está Dios!

La Eternidad

Otra cosa que tienen en común los santos es que tienen muy presente el concepto de la eternidad y la inmortalidad. Hermano, ¡la vida es corta! San Pedro nos lo dice así: “Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.” (2 Pedro 3, 8) El Salmista reitera lo mismo: “El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no lo conocerá más”. San Agustín, doctor y Padre de la Iglesia, acertadamente expresa esta verdad, “La vida es un abrir y cerrar de ojos comparada con la eternidad”. En efecto, la eternidad no tiene descanso, es para siempre y por los siglos de los siglos. Que esta verdad nos ayude a prepararnos para el bien morir.

Pan de Vida

Para el católico, Jesús Sacramentado es la llave que abre las puertas del cielo a la unidad con Jesús. Jesús está en el cielo en su Cuerpo glorioso, pero también está verdaderamente presente en su Cuerpo Místico, y en el centro y corazón de su Cuerpo Místico se encuentran los Sacramentos, el mayor de ellos siendo, la Santa Eucaristía, verdaderamente Jesús – su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Si recibimos dignamente a Jesús Sacramentado, y lo recibimos con amor ardiente y viva fe podremos alcanzar la gracia del bien morir. Nuestro mayor anhelo debería ser que la última comida en la tierra sea el alimento de nuestra alma – el Cuerpo y Sangre de Cristo en la Santa Comunión. Recuerde las palabras de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día.” (El Discurso del Pan de Vida, Juan 6, 54)

Vivir en el amor y la entrega

Dios nos llama a salir de nosotros mismos, a fijar nuestra mirada en Dios y en nuestro prójimo; nuestros hermanos y hermanos son el reflejo de Dios. Jesús dijo: “En verdad os digo que cuanto hiciesteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40) Los santos, todos han tenido un amor ardiente por Dios, pero igual han tenido un amor ardiente por su prójimo. Procure practicar las obras de misericordia corporales y espirituales; lea en espíritu de oración (Mateo 25, 31-46). Santa Teresa de Calcuta, quizás uno de los personajes más celebres del siglo nos presenta este desafío: “Hay que dar al hermano hasta que nos duela.”

Cuidado con lo ídolos y las distracciones

En los tiempos de Moisés, la forma más patente de idolatría se manifestaba en la adoración del becerro de oro. Hoy sin embargo, hay innumerables becerros de oro que en si son ídolos: las drogas, el sexo, la pornografía, el dinero, el poder, la vanidad, el placer, el dios del YO, y muchos más. Debemos subrayar este punto porque de lo contrario, fácilmente caemos presa de una de las mentiras, nos desviamos, somos engañados y esclavizados por el mundo y todas sus promesas. Por eso, san Luis de Monfort e su obra clásica, Verdadera Devoción a María, insiste en que debemos vaciar nuestros corazones de l mundo antes de entregarnos plenamente a Jesús y a María.

Morir en los brazos de María

Como ya hemos dicho, amar a María es esencial para alcanzar esta gracia del bien morir. Uno de sus más grandes anhelos es que todos lleguemos al cielo para con ella glorificar a la Santísima Trinidad. En efecto, si rezamos el santo Rosario cada día, veces cada día nos estamos preparando para una muerte santa, cincuenta veces cada día. ¿Cómo es eso? La respuesta es sencilla. Porque el santo Rosario esta compuesto de 50 Avemarías, y rezamos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén!”

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Fuente: FatherBroom.com